Este era un señor de los de carrera de Humanidades, de los de trabajo precario, que igual comía un filete el jueves que lentejas el sábado y algún entrecot de añadidura en casa de su madre. Tenía un perro chiquinín y una bicicleta de las del Carrefour para andar por la ciudad. A este hombre, que dicen algunos que se llamaba Tonete o Tuñuelo o Toñino y que vivía en un rincón de una Comunidad autonómica de cuyo nombre no hay por qué acordarse dio por leer lo de las redes sociales, los periódicos digitales, los telediarios matutinos y nocturnos y todos esos programas en que sale la realidad en carne viva. Se aficionó a películas de las de ahora, con más muertos que en la guerra, con asesinatos más crueles que matar un niño, pistolas, metralletas, fusiles... Total, que se volvió loco y quiso resucitar la andante caballería. Se montó en su bicicleta y atravesó su Comunidad autónoma en diez días y llegó a la corte, donde pidió que le armaran caballero y lo hizo uno de un bar echándole un jarro de agua por la cabeza a manera de bautizo. Entonces, se encontró con una bella dama a la que habían ultrajado unos jóvenes y los embistió con un palo y ellos le dieron tal paliza que lo dejaron por muerto. Pero se recuperó en un hospital atendido por una bella enfermera a la que llamó Chulana Chamberinera y la amó perdidamente. Se me está haciendo muy largo así que en la segunda parte ya veré qué hacer con Tontuelo.
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