Las mujeres con sus tejemanejes,
los hombres, con su valentía adormecida,
caen en el amor democrático,
caen en redes de retretes y colchones compartidos
y se casan.
Cuando una mujer y un hombre se casan,
hay uno que domina, que piensa más que el otro
y se lleva el gato al agua.
El matrimonio, sin embargo, con los hijos, lo puede todo:
emigrar, dar de comer, trabajar para otros por un mísero sueldo
y en un sofá con pastillas joder.
y luego, un cariño que queda cuando se hacen viejos.
Los niños vuelan y no vuelven por navidad siquiera.
La vida es egoísta como un matrimonio, como un individuo, como un retrete lavado todas las mañanas.
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