Están en el pueblo desde hace un par de semanas mi hermana y mi cuñado. Por no verlos, daría mucho dinero, pero los tengo que ver a esos dos indeseables. Yo no voy a abrir la boca en presencia de ellos porque me dan asco, asco absoluto, asco supino.
Después de las zorradas que nos han hecho a mi hermano y a mí no puedo dejar de pensar en ellos como dos personas que provocan el vómito y el sarpullido más atroz.
Mi hermana se las da y se las apaña para crear el caos por donde quiera que vaya. Mi cuñado tampoco se queda manco.
Son los dos unos tontos instruidos; o sea, tontos perdidos y malos además.
Ojalá fueran transparentes para no tenerlos que ver: esa sonrisilla hipócrita, esa colección de gestos asquerosos y mentirosos que solo ellos saben hacer. Qué asco de personas.
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