Son las siete de la mañana. Una amiga ha llamado a Paco y le ha dicho que si son las siete de la tarde, que si hemos quedado en el bar. Así es la amiga. Es una amiga con enfermedad mental que cada vez está peor de la cabeza. Con el mal rollo de si podrían ser nuestros padres los que llamaran para alguna urgencia, me he despertado. Seguro que si soy yo el que despierto a mi hermano, me monta la mundial. En fin, así aprovecho para ir a pasear luego, más tarde. Mientras escribo esto, hay un silencio grande en el edificio, ni siquiera se han levantado los niños vecinos por los juguetes. Ayer, Paco y yo fuimos cada uno a su bola, yo me puse a oír el fútbol y me lo pasé bien pues el pequeño (Huesca) ganó al grande (Betis) y estuvo muy emocionante. Paco se puso a ver la tele. No sé si afeitarme o no. Ayer, Majadahonda estaba imposible por el rollo de la cabalgata y no salí en toda la tarde, nada más que a comprar leche. Ayer fumé cada media hora y hoy, haré lo mismo.
La vida es cada vez más imprevisible. Pasan más cosas impensadas, pasan más calamidades, la gente está como una cabra y los demás sufrimos las consecuencias. Pero no hay que dejarse llevar por la corriente de la inconsecuencia de los demás y llevar la vida que queramos nosotros, no los monstruos con los que habitamos.
La vida es inevitable, es lo que hay.
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