Estos días después de la larga navidad, y qué larga se me ha hecho este año, estoy como desorientado y de mala índole. A ver si llega la tan querida rutina. Las noticias del telediario público ya no son creíbles. No hablan más que de Trump, de violaciones y de tonterías que no interesan. No hablan de la situación mundial en sí, sino de aspectos superficiales.
Yo no sé la de violaciones y abusos de curas que he leído en El País, la de tonterías que hay ahora en los periódicos, lo mal informados que estamos. Por otro lado, oír noticias de política es demencial: cinco partidos políticos, a ver qué dice uno y los otros cuatro detrás. Unas mentiras y unas exageraciones cada vez más grandes. Está visto que políticos y periodistas usan la mentira cada vez con menos vergüenza, ya todo vale.
Hay programas en la tele que fomentan la maldad, el ser un hijo de puta porque así se cobra y se prospera, contando las cabronadas que hace uno u otro.
Yo este mundo cada vez lo veo más complicado y si por mí fuera me iba a un sitio donde no haya comunicación alguna y me quedo allí contemplando cómo vuela el águila y oyendo cómo croa la rana, que eso es de toda la vida y no oyendo rollos de tanto advenedizo de la política que no sabe ni hablar ni lo que va a hacer: todos vienen a destruir lo que hay.
La novedad, ese invento del que llega.
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