Este asqueroso sol de octubre me pone nervioso. No llueve, no se nubla el maldito azul del cielo. Me gustaría que lloviera por fin, que cayeran inmensas cortinas de gotas gordas y mojaran el suelo de asfalto y la tierra y el césped. No sé dónde he leído que este otoño iba a ser lluvioso. ¿Y cuándo empezará a llover? Estoy hasta los cojones de veranos que empiezan en abril y terminan el 30 de octubre. Que asco de días de sol, todos iguales, todos terribles y paralíticos, no se mueve nada en el cielo, ni una puta nube lo oscurece.
Me levanto tarde porque no trabajo y ya está ahí el sol y el cielo azul como dos compañeros torpes que no paran de darse compañía todos los días. No llegan las nubes ni el agua, no llegan los nublados que tanto bien hacen al espíritu. Está ya uno harto del mismo espectáculo sordo y feo de calor y sol, calor y sol.
Es como ver todos los días la misma puta película: añil deslumbrante y amarillo de ictericia en el cielo. Todos los putos días. Todos los putos días. Ya no veo ni la previsión del tiempo. No amanece con lluvia ningún día, solo esta sábana impenitente y cegadora siempre, siempre, siempre.
Qué ganas de que llueva y de que haga frío y dejemos el verano atrás, esos días sucesivos y asquerosos de calor. Y que todo el mundo se meta en casa y deje de hacer el gilipollas por la calle.
!Dios! Qué ganas de que llueva.
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