A la luz lechosa de la madrugada me voy dando cuenta de que tengo que mojarme las ganas en el café con leche de las mañanas. Hoy me he despertado a las cuatro y treinta por una digestión difícil que me ha hecho revolverme en la cama como una lombriz.
No tengo proyecto vital, si proyecto vital es casarse y tener hijos con una mujer. No tengo tampoco otro proyecto vital al casamiento y la paternidad. Ojalá yo estuviera casado y con hijos y así no daría vueltas en la cabeza a este tema un día sí y al otro también. Me consuelo pensando que aunque no sea la norma, hay cada madre y cada padre que no merecen tal nombre.
Yo, si no hubiera sufrido una enfermedad mental y la gente no lo hubiera sabido nunca, quizás sí habría encontrado una mujer con la casarme o arrejuntarme, como se dice ahora, y haber tenido un churumbel o dos. Es lo que tiene sufrir de la mente: que te hace hacer cosas de las que el público en general se entera y dice: ese tío es muy raro y te clasifican de por vida. Aunque los raros, en realidad, somos todos o ninguno.
En fin, tampoco puedo ver mis libros en una librería publicados, eso que hace todo el mundo. Ahora escribe el menos pintado, el que menos te lo esperas escribe un libro. Pues yo no puedo. Aunque un día voy a ir al ministerio de la cosa a preguntar si puedo o no puedo para despejarme esa duda.
No sé siquiera si encontraré a una mujer con la que compartir mi vida. Ya la comparto con mi hermano y a lo mejor es la mejor manera de compartirla. En fin.
Proyecto vital: eso que nos planteamos mientras pasan los días.
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