El hombre del bigote le pidió al barbero que lo afeitara. El barbero, para darse importancia, empezó a contar cosas de fútbol. El hombre de bigote no se mostró molesto ante esa retahila de goles y de fechas y de nombres de jugadores. Solo quería salir bien afeitado de aquella barbería.
El hombre de bigote ha pensado en su mujer y su hija mientras le afeitaban y el rollo del barbero le parece una serie de frases hiladas como una oración estúpida que tiene que dejar entrar por un oído y dejar salir por el otro.
El barbero no se da cuenta de que no está siendo escuchado.
El hombre de bigote sabe que su mujer y su hija corren el peligro de no ser atendidas como Dios manda porque a lo mejor él pierde el trabajo en el que está.
Pero el hombre del bigote es decidido y está decidido a encontrar otro trabajo cueste lo que cueste.
El barbero dice: "entonces Di Stefano..."
Ese nombre, el del delantero madridista, le ha hecho como resucitar de un letargo al hombre del bigote. Ya sabe dónde acudir a buscar trabajo en un primer momento. Cuando el barbero acaba de afeitar y de hablar, el hombre del bigote tiene un concepto de sí mismo mucho más amable y confiado. Sabe que lo conseguirá. Al salir a la calle luce el sol y el mundo parece hecho de otra manera. El mundo parece, sorprendentemente, hecho para el hombre de bigote.
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