Los veranos llegan antes de tiempo y acaban también muy tarde. En un verano pueden pasar muchas cosas. Malas o buenas. Dolorosas o bienaventuradas. Graciosas o fúnebres. Lamentables o encomiables. Puede suceder en el verano lo mejor y lo peor, como en cualquier estación del año. Pero como los veranos duran tanto últimamente parece que todo va a pasar en el verano. Quizás yo no vaya al pueblo hasta después de las fiestas. Quizás no me vaya de vacaciones al mar ni un día de este estío que digo que se estira como el cabello de una adolescente. Ya se acabó la primavera antes del 20 de junio y ya está aquí el calor que empieza a las 9:00 de la mañana y ya se instala en el día con toda su crudeza hasta las 10:00 de la noche. Las primeras hojas de los árboles velan por dar al horizonte una pincelada verde de emoción breve, como si fuera a morir el azul desvaído en el cielo. Las personas ya andan con la ligereza de ropaje y trato por las calles inundadas de calor y sol. La gente es ese martillo que dice: qué calor de la mañana a la noche. La gente abruma con su cansancio, con su torpeza, con su incultura y con su desenvoltura al comer un helado.
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