Parece que la vida me sonríe a pesar de algún inconveniente. Ya sé pasar las mañanas con cierto ímpetu vital, aunque solo sea leyendo la prensa ante un café con leche. Debería visitar los sitios donde di clases. A lo mejor me llevo alguna sorpresa. Recuerdo aquel barrio donde las alumnas guapas roneaban en el andén de la estación. Y recuerdo aquellos inviernos fríos que ya no vienen en los que yo estaba al amparo del aula. Recuerdo también los interminables raíles de cercanías que me llevaban a Parla, a Alcalá, a El Escorial. Todo se ha ido. Pero puede volver si me acerco un día a ver aquellos edificios, todos iguales, en los que había pizarras para aburrir.
Se oye el graznido de la corneja. Se oyen las ambulancias y se oye muy débilmente una brisa que trae octubre como el aroma del otoño.
Yo sigo aquí, en mis breves coordenadas espaciales, en mi breve tiempo. Ojalá, como decía Machado, un brote de una rama traiga alguna esperanza cierta.
Ojalá empiece a llover con frecuencia, ojalá los bolsillos de la gente se llenen, ojalá la navidad que llegue huela a concordia.
No soy ni de unos ni de otros. No soy revolucionario ni conservador. No soy apenas nada. Quizás sea un ciudadano de estos que inundan las aceras.
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