El lunes pasado fui al pueblo a un funeral por un amigo, Eliseo. El pobre ha tenido que luchar por una enfermedad desde el verano. Al final, ha tenido que desistir. Era muy agradable charlar con él en el bar. Siempre atento y simpático conmigo y con mi hermano y con toda mi familia. Su recuerdo de buena persona perdura en mí. Siempre fue un hombre dado a la broma y a la amistad más sincera. En fin, descanse en paz.
Hablamos Paco y yo de que el espíritu de la Navidad ha desaparecido, ha desaparecido esa alegría que acompañaba estos días. La gente se ha vuelto desconfiada y falta de espontaneidad.
La gente tiene ganas de sonreír y de contar sus cosas a otra persona pero el ambiente no se lo permite.
Solo algún borrachín se vuelve más locuaz de lo normal y habla en una tasca sin problema ninguno.
Pero lo normal es que la gente vaya de dos en dos o de tres en tres, formando corrillos de difícil penetración para los demás.
Es muy difícil que alguien se arranque con un villancico porque suena casi raro, como una excentricidad.
Se lleva el comportarse discretamente, no llamar nunca la atención y no mostrar alegría, aunque se tenga.
Bueno, el caso es que a mí estas Navidades descafeinadas no me van. No se hacen nuevos amigos, no se disfruta, no se expresa la alegría que uno pueda tener por dentro.
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