lunes, 12 de diciembre de 2016

Ayer domingo me fumé solo cinco cigarrillos y me conjuré para no fumar más. Hoy lunes solo llevo tres cigarrillos en todo el día.
Esta tarde y por la noche procuraré no fumar.
De repente pienso en la glorieta de Quevedo: qué pintoresca es, me gustaría estar andando por ella pero necesito una mínima excusa.
Siento que es importante dejar de fumar.
De repente pienso en las cosas simbólicas buenas que tiene la Navidad y me crezco, me vengo arriba sintiendo el suave tacto de un niño que nace y la pasión tranquila de las luces sobre un pino y la dulce mansedumbre de un camello que lleva incienso para el rey de los cielos.
La vida surge como de entre las horas tontas de la mañana o de las horas relajadas de la tarde pero nosotros no podemos descansar de nada. Tenemos siempre que llenar el vacío de la existencia lavando la ropa, llevando a los niños al parque o fumándonos un cigarrillo. Hay que llenar el tiempo como sea. No valemos para estar mirando al óleo ni un minuto.
Y así nos va, que no dejamos perder el tiempo, no dejamos que el tiempo pase a su gusto sino que debemos hacer algo, cumplir una función como el sujeto o el objeto directo cumple la suya y no estar ociosos nunca. Miedo al vacío.

Siéntate y espera. El silencio será tu quieto aliado.


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