Levantarse para nada útil, para nada productivo. Levantarse solo para dar un paseo largo hasta el pueblo colindante. Por las mañanas ningún acto intelectual brota de mi cerebro que está embotado. Mis escritos, que podría continuar, son como impedimentos que están ahí quietos sin poderlos limar, pulir, agrandar, ensalzar. Así que cojo la carretera que va a Las Rozas y me lío a andar, a desentrañar unas ideas mientras camino. Y quizás tome alguna determinación que me haga ponerme por la tarde a hacer algo literario, como apañar mi novela inconclusa después de echarme un rato. Mientras estaba esta mañana en la cama pensaba en el corto recorrido de mis pasos que voy a dar hoy. No saldré de la ciudad apenas, no tomaré vehículo alguno que me traslade a ningún puesto de trabajo. Mi trabajo está en mi habitación e incluso ese se hace de rogar. La vida para mí es como el recorrido de un pez en una pecera. Quizás el pez sueñe con extensiones de agua como los océanos. Yo sueño con extensiones de vida como el gran mundo pero estoy en la pecera.
Si tu vida te reduce, haz grande ese trozo de vida.
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