Hace un rato que me he levantado. He leído la prensa digital y no he visto noticia que me atañera. Hoy es un día para poder escribir mis historias. Mis historias no cuentan nada extraordinario. Son reflejo de la vida diaria. Ya quisiera yo que la vida diaria fuera extraordinaria y poderla contar. La vida, sin embargo sigue unos cauces muy normalitos y sencillos. Lo único que altera la vida diaria es el estrés, esa tensión que existe cuando lo que tú quieres y a lo que te obliga la vida es muy diferente. Lo que tú quieres es estar tumbado la mayor parte del tiempo para no sufrir y a lo que la vida te obliga es a trabajar.
Pero yo soy un caso excepcional. Excepcional, no privilegiado. Yo no trabajo. Yo no me levanto a las 7 de la mañana ya con el estrés pegado al cuerpo sino que me levanto a las diez, después de haber descansado ampliamente.
Me gustaría coger el tren e ir a algún sitio donde cantaran las aves y se oyera el rumor de las hojas de los árboles. Ese sitio sería primavera. Aún no ha llegado.
Me gustaría levantarme por las mañanas y escribir durante todas las horas epopeyas del obrero y amores del electricista pero no me levanto para eso sino para intentar saber de qué debo escribir y nunca me sale nada.
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