Hoy he ido a la ciudad de al lado andando y he vuelto a pie. He visto la cara de una joven que me ha llamado la atención. No era de preocupación. Era de desolación. Tendría veintisiete años. A esa edad iba yo por la vida con una ilusión bárbara, la única manera de enfrentarme a los niños de los institutos. Me comía el mundo.
He pensado que yo viví los últimos años del felipismo cuando iba a la universidad. En esos años había, fundamentalmente, tres cosas: paro, delincuencia, droga y muertes de Eta. La heroína hacía estragos y veíamos muertos andantes por las calles. Mi padre, cuando arrancaba el taxi, pagaba para veinte y así todos los que tenían un puto negocio. Hoy en día hay paro, hay coca y droga y hay esas jóvenes desesperadas que yo he visto hoy.
Las crisis hunden a la gente hasta volverla loca. El puto dinero, que no está. El puto no hacer nada que te hunde en la miseria. La puta desolación, que los griegos pintaban como una diosa feísima y triste.
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