La lucha contra uno mismo es la peor que hay. Luchas contra tus propios fantasmas, tu falta de fe en cosas que antes creías sin dudarlo, luchas contra tus dudas, que se hacen grandes e insoportables porque no te dejan vivir el día a día con la facilidad que impone el paso del tiempo.
¡Tan fácil es ir viviendo cuando uno está contento! Todo le resulta como hecho a modo de uno, todo es halagüeño y sutil. Todo rima como lo haría una poesía bien hecha. Pero, ¿y cuando nada encaja en nuestra pobre cabeza?, ¿cuando parecen surgir problemas hasta de las piedras?, ¿cuando dudamos de todos los pasos que damos?, ¿cuando nada nos entretiene porque vivimos en una constante preocupación?
Yo vivo mucho esas situaciones en que parece todo perdido, perdidas las cosas su antiguo olor y me duele. Me duele en el alma que lo que antes era un asidero contra la adversidad ya no lo es, ya se ha esfumado, ya no hay de donde agarrarse contra los reveses de la fortuna.
Todo pierde su valor por nuestra propia desventura o poca virtud que no supo cultivar aquello que era importante. No damos importancia a lo que la tiene y se marchita ante nuestros ojos.
Mi novela va mal. He perdido la fe en ella. Y la novela era un asidero en el que matar cuatro ratos y de la que sentirme orgulloso.
Tengo que recuperar mi fe en lo que escribo pues no hago otra cosa de valía que escribir.
No hago otra cosa que pensar en ti, decía el poeta; para luego decir: y no se me ocurre nada.
A mí no se me ocurre nada para creer en la vida, en esta vida que voy viviendo y va careciendo de sentido. Estaría muy bien ser una persona irreflexiva que no piensa las cosas pero a mí las cosas que me pasan me afectan. Son mis sentimientos y mis pensamientos los que me crean zozobra.
El caso es seguir viviendo,mal o bien pero seguir viviendo porque la vida tiene muchas puertas: es como un hotel con ellas numeradas y una se va a abrir, estoy seguro.
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