Hoy, como todos los hoy de mi vida, ando atado a mi circunstancia.
Yo quisiera haberme levantado, haber dado unos pasos y encontrarme frente al mar, esa inmensidad azul que suele llenar mis ojos de una tranquilidad dulce como el amor se llena de tranquilidad al ver a los ojos amados. Pero no.
He hecho lo mismo de siempre, lo mismo de siempre de tantos ayeres y mañanas que se repetirán si no hay nada que lo remedie.
¿Y si me voy yo solo a ver el mar?
¿Y si cojo un tren o un autobús que me lleve a la linde del mar?
Anda el tiempo un poco revuelto estos días y para ver el mar y bañarme en él preciso de un día de calor y de sol.
Valencia es la playa de Madrid.
Ya perdí la sonrosada aurora. Ya perdí las horas tempranas.
Ya perdí una vez más el autobús que lleva a Valencia, la playa de Madrid.
Ya perdí el mar que a lo lejos besa la tierra.
Sólo me queda ir poniendo apellidos a este nuevo día que es como otros.
Tengo que buscar compañía que me libre de estar solo.
A lo mejor hay algo tan inmenso como el mar más allá de la ventana, pero lo dudo; el día solo trae restos de otros días.
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