Parece que el sol alumbra dócilmente
mis pocas ganas de empezar el día.
Este otoño quieto y blando como una esponja
traga gatos, cornejas y pajarillos cojos
que recorren los jardines amarillentos.
No dan abasto mis dolidos ojos
a tanta cotidiana hambruna de los días.
Me remuevo en mi sillón sumiso
para abarcar por la ventana
el vómito de la luz en el tronco de los árboles,
en las hojas consumidas, en el tabaco muerto,
en el jardinero concreto, en el césped común,
en las ramas alocadas
por el escándalo de su desnudez.
Otro día pasará (ya lo barrunto esta mañana)
y el mar seguirá lejos
como el deseo más grande,
como la aventura más querida,
como la vida, como la vida.
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