lunes, 8 de julio de 2019




La novela perfecta



Iba a crear la novela perfecta: De eso estaba seguro. Aportaría a esta novela el lirismo adecuado, la sencillez narrativa, el perfecto modelado de los personajes y un gran tema: el de la desorientación del hombre en el mundo de hoy. Se tomaría su tiempo. Consultó periódicos en la hemeroteca, estuvo documentándose profundamente sobre el modo de vida actual, la violencia en el modo de conducirse entre la gente, la individualidad como estilo de vida, la anomia que se vive en las ciudades, la carencia infantil de modelos a los que seguir, la corrupción en la política mundial, la soberbia, el consumismo, el maquinismo. Todo lo estudió. Su cabeza logró ser un pandemónium de todos los problemas que aquejan al mundo moderno.

Sufrió una depresión severa al estudiar estos temas tan ácidos y asquerosos, pero ya tenía en su haber el modo en que funcionaba el mundo. El dinero, el poder, el materialismo, que él no había conocido más que en sus versiones más tristes, los había documentado miles y miles de veces creándole un asco vital que quería resolver escribiendo esa novela perfecta como una forma de liberación de todo aquello que había contrastado en periódicos, informes, estudios sociológicos, políticos, humanísticos y filosóficos. Se dio cuenta de que vivíamos en una época en que la aniquilación física no existía amén de las guerras pero la aniquilación moral y la dignidad estaban muertas hace mucho tiempo por el imperio de la mentira y del poder malamente diseñado. La democracia, como bien muy apetecible se estaba corrompiendo a marchas forzadas. Los sistemas políticos eran de papel. Todo lo cívico y lo ciudadano se estaba rompiendo en mil añicos por la degradación de los valores humanos. Pensó en escribir la historia de un pobre trabajador que se queda en paro y pone una bomba en la sede del congreso. Después de recuperarse de la depresión que le produjo enterarse de los miles de gusanos que recorrían el cuerpo político y social del mundo en que vivía, empezó así: "el barrio aparentemente tranquilo trabajaba; en las oficinas se tramitaban papeles y un viento del sur agitaba las calles donde los obreros hacían cola en el INEM. Había papelillo que rodaba por la calle e iba a pararse en una ventana a ras del suelo de donde no se volvía a mover. A Julio le acababan de despedir de su trabajo..."

Así continuó una novela llena de rabia y odio, furia y ruido, marginación y resentimiento.

Lo entregó a las editoriales. Nadie quería saber de aquella historia de un loco en paro.

Hasta que la realidad le dio la razón. Un loco en paro puso una bomba en el Congreso de los diputados. Murieron los principales líderes de las formaciones políticas. Otra capa de oportunistas se sucedió a los fallecidos. Las cosas siguieron igual. Nuestro hombre escribió otra historia, empezaba así:

"Yo me crie en un pueblo, un pueblo muy pequeño, donde las cosas y las personas eran cercanas y comprensibles..." Tampoco tuvo éxito pero anunció en ella una revolución social cruenta como una guerra civil y sucedió en la realidad, en un país que estaba en la órbita cultural de las democracias occidentales. La gente le reputó de profeta. Le llamaban el escritor profeta y empezaron a temerlo. ¿Qué escribiría ahora? Escribió sobre un magnicidio en una potencia mundial de primer orden y se produjo más o menos como lo contaba en el libro. ¿Qué sería lo próximo? La gente ya pensaba en la III Guerra Mundial pero el escritor se casó y tuvo un hijo y escribió una célebre novela sobre su paternidad, de una expresividad sublime. Ser padre le había llevado a una especie de mística con la humanidad. Parecía que el escritor profeta se congraciaba con el mundo y no escribía ya más desastres. El escritor profeta perdió a su mujer de un cáncer y su hijo creció. Entonces este hombre se retiró a un monasterio budista y allí tomó conciencia del mundo de un modo particular: vio su destino. Escribió la historia, en 7550 páginas, del fin del mundo. La novela perfecta. Pero tardó mucho en cumplirse y se mofaron de él, aunque las ventas se cuadriplicaron. Fue el nuevo Quijote o la nueva Biblia pues en el libro yacía una sabiduría nueva, la de la Tierra sufriente, la del calor, la de los desastres naturales, la que perdía especies para no volver jamás a tenerlas en su seno, queriéndolas; la de la contaminación y la pobreza de la gente que se arrastraba por un cubo de agua o un kilo de arroz. La del egoísmo humano.

Pero sí ocurrió y escribo este documento desde la luna esperando que la Tierra vuelva a ser habitable, así que pasen 2000 años, según cálculos de la Administración Lunar de la Recuperación Terráquea.

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