Queramos o no queramos, vivimos en Occidente en una tradición cristiana. El primer imperio que tuvo que aceptar el cristianismo fue el romano, porque toda la estructura de ese imperio se vio atravesada por ese pensamiento. A los bárbaros, si hubo algo que los frenó para no destruir todo lo que habían hecho los romanos, fue la religión cristiana, que muchos de estos pueblos destructores, acogieron en su seno. En la Edad Media hubo un remanso, entre guerras de reyes y musulmanes y clanes de toda índole, en el que Dios estaba en el centro de la vida de todos los hombres. Cuando estudiamos el Renacimiento, los profesores parece que nos hicieron creer que ese periodo de exaltación de lo humano destruyó la sociedad teocrática pero no es así. Tuvo que llegar el siglo XVIII y la revolución francesa para que estallara el Antiguo Régimen, para que ya hubiera gente atea y lo afirmara, como Descartes. En el siglo XIX llegaron nuevas teorías filosóficas que negaron a Dios, teorías científicas, Darwin y su evolucionismo, el positivismo, el marxismo, etc. Pero la prueba más grande de que quizás Dios no estaba o había desaparecido de la Tierra fue la II Guerra Mundial, en la que estuvieron a punto de destruirse todos los seres humanos de la Tierra o llegar a un dominio dictatorial de la misma por parte de los nazis. Y eso sí que hizo creer que Dios no existía. Pero también al revés: hizo creer a la gente que sufrió que esa locura solo podía tener sentido si un Dios existía.
Y así seguimos y los curas y los obispos y las catedrales siguen existiendo y cumpliendo su labor, catedrales con siglos y siglos de antigüedad.
Y así lo dijeron San Agustín y Santo Tomás, que eran los que transcribieron para la modernidad todo el pensamiento grecolatino. Lo moderno: el cientifismo, el marxismo y el evolucionismo no han sabido llenar el hueco dejado por la religión. Y es que el hombre necesita creer en algo y no creo que un paraíso comunista o la perfección a través de los genes o la evolución es aquello en lo que se deba creer.
Más bien la gente quiere creer en algo transcendente, no en paraísos creados por el mismo hombre.
Más bien el hombre cree en algo que perdura, no en algo que se promete y que nunca sale.
Más bien el hombre debe creer en otro hombre porque sabe que lo creó Dios, no que venga del mono o trabaje como tú en una mina o en una fábrica y seáis obreros los dos.
Dios es una palabra pero pesa mucho en la boca de los hombres.
Más bien la gente quiere creer en algo transcendente, no en paraísos creados por el mismo hombre.
Más bien el hombre cree en algo que perdura, no en algo que se promete y que nunca sale.
Más bien el hombre debe creer en otro hombre porque sabe que lo creó Dios, no que venga del mono o trabaje como tú en una mina o en una fábrica y seáis obreros los dos.
Dios es una palabra pero pesa mucho en la boca de los hombres.
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