El lunes me voy a Castellón. No conozco Castellón, pero sé que hay playa. Yo a este viaje no lo llamo viajar. Viajar es lo que hizo mi admirado Cela cuando cogió una mochila y se fue a la Alcarria y contó lo que le pasó. Es un bonito libro. Yo no he leído muchos libros de viajes, para eso viajaría yo por mi cuenta. No me gustan mucho los libros de viajes. Un viaje no es para que te lo cuenten, es para vivirlo. Pero por otro lado me dan miedo esos viajes en que vas a la aventura sin saber si vas a dormir, estar en tierra extraña y rodeado de gentes extrañas y con mil inconvenientes.
Un hotelito en San Sebastián debe ser muy bonito y muy caro. También en Biarritz y sitios así, donde acaban muchas novelas rosas. París daría gusto pasearlo y también Londres y también Dublín y Moscú pero no sé si los andaré. Los viajes, para mí deben tener un motivo fuerte, una especulación del deseo, un atractivo que te llama a ir. No sé. Yo no soy muy viajero. Me da mucho miedo la carretera, el viaje mismo, los caminos.
Una vez allí, yo paso de todos los monumentos, de todas las turistadas, de todas las gilipolleces. A mí me gusta hablar con la gente, como me pasó con un suizo y una polaca en Finisterre con los que practiqué mi inglés y tuve la oportunidad de hablar de mi tierra a unos perfectos extranjeros que estaban como cabras.
En fin, en la vida a veces, se te cruza un viaje, sea este de estar tumbado en la playa y hay que aprovecharlo y pasarlo bien.
Comeré paella y comeré sardinas, me bañaré en el mar y se curarán algunas heridas de este año y volveré a mi casa pero no cogeré nunca una mochila y me echaré a andar. Eso creo que no lo haré.
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