lunes, 9 de julio de 2018

Esta primavera vi un hombre que trata con la naturaleza mojándose bajo la lluvia mientras señalaba unos cormoranes en un río desbordado por las lluvias. Lo vi por la tele y me llenó de emoción. Yo también estaba un poco desbordado por los acontecimientos últimos. Era marzo. Ahora, en verano, esas aguas bajarán más mansas y tranquilas. Mi vida también se ha amansado bastante, se ha quedado en el sosiego del calor que trae el sol cada mañana y lo reparte durante el día. Por la noche huele a pescado frito, a niño sudoroso e inquieto. Las luces se van apagando muy tenuemente y alguien dice un adiós no definitivo. Las mujeres quieren hablar de lo que les sucede y salen al frescor de la noche y enhebran un discursito breve que dura un tiempo. Un niño solicita a su mamá y le dice que suba. Las piscinas reposan su azul transparente contra el cielo que se va volviendo negro y suenan como desgarros pequeñitos las vocecitas de las golondrinas que arañan las nubes y las vuelven de nácar. Los murciélagos iniciarán su recorrido en búsqueda del plancton aéreo y sus cuerpecitos sigilosos harán estremecerse un poco el aire de la noche que llega. Las camas están esperando nuestros cuerpos hasta que mañana el sol salga con la fuerza de un dios que siempre está. Y dejaremos atrás otro día que ha traído su poco de paz, su poco de hambre satisfecha y su trocito de angustia porque se va como se irán otros días.

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