Al volver a Majadahonda, volví a dormir en mi colchón grande. En el pueblo dormíamos mi hermano y yo en una habitación muy pequeña en unas camas nefastas y los fines de semana teníamos que aguantar la fiesta de los inquilinos de la casa rural que colinda con la nuestra. Unas voces desaforadas de gente drogada y alcoholizada que se prolongaban hasta las cuatro de la madrugada las noches de viernes y de sábado. Paco los quería denunciar pero no lo ha hecho.
En el pueblo, por las mañanas, siempre éramos los mismos y muy pocos así que yo he procurado leer y escribir. Me ha salido una historia más o menos perfilada. Por la tarde, después de tomar café, me tumbaba en la cama mientras la tele daba las dos telenovelas que siguen mis padres. Luego me daba un paseo hasta una huerta lejana y luego me duchaba. Era un manera de matar el tiempo. Dos días hemos ido a Segovia y hemos roto el ritmo impuesto por el pueblo. Otro día he estado comiendo pipas en la plaza toda la tarde.
Otras veces he estado en el bar, aburrido mientras los viejos jugaban a las cartas. El tiempo se espesa en el pueblo y va muy lento, muy lento.
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