Van terminando las semanas, siempre van terminando las semanas. De repente es domingo otra vez. Se me puede acusar de que escribo demasiado sobre el paso del tiempo. Es el tiempo el que pasa. Yo solo lo escribo. Hoy he estado a Madrid, ya de noche. Se ven caras de gente que afecta un aire mundano y sospechosamente seguras de sí mismas. Se ven caras tranquilas porque hoy era domingo. A la tenue luz de las calles se ven rostros que sujetan la alegría, que la someten a un triste baile: no podemos ser felices del todo, no podemos andar desnudos por la ciudad ni follar con ese o esa chica que nos gusta por la forma de caminar.
Solo que me fijo en la gente. Su indumentaria refleja un aire libre en algunos, una forma de aparentar en otros, un desaire a la posibilidad de ser mirado en los demás.
A mí me gusta ir a Madrid: veo caras, oigo conversaciones al aire, huelo el olor rancio del metro, mastico las penas de los otros.
E iba yo acompañado de una amiga, una amiga que hace mohines divertidos, que tuerce la boca en mil direcciones como un personaje que leí hace mucho tiempo. Esa amiga huele como huele Madrid, a gente, a comida digerida, a lluvia sucia.
Y luego voy en el autobús contando a mi amiga la historia de un escritor que era jardinero mal pagado; luego le digo que Cervantes escribió "La gitanilla" y luego miro por la ventanilla cómo llueve, cómo lucen los coches, como negrea el asfalto de la carretera. Y luego llego a mi casa y es domingo.
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