La rutina del invierno se rompió un 17 de abril en que vino un verano adelantado, anómalo, con temperaturas de 27 grados. El lunes de este verano se asustó y vio un montón de horas informes que él no encontraba la forma de rellenar con actividades. Nervioso, empezó a escribir un horario deficiente, aleatorio y lleno de prontitud. No se cumpliría.
Los demás días los pasó aburrido y nervioso. Se tumbaba en la cama a oír la radio, fue a Madrid a matar el tiempo como pudo, se hizo un lío en su cabeza, las manos le sudaban de angustia, pasó muchos nervios y pensó mal de la gente: pensó que toda la gente también padecía este acceso de depresión nerviosa por efecto del calor. Recuerda estar en el pueblo de al lado esperando el autobús sin ton ni son, no sabía muy bien a qué había ido, se había hecho un lío de horarios, de entretenimientos imprevistos que no se cumplieron y acabó en el absurdo de ir y venir sin ningún sentido.
No sabía qué hacer con tantas horas para él inactivo y nervioso.
Oír la radio le procuraba algún consuelo por compararse con otros personajes.
La gente le decía que con el buen tiempo, podría hacer un montón de cosas. El comprobaba que era justamente al revés y se molestaba consigo mismo, pues no sabía qué hacer precisamente.
No existía el entretenimiento en ningún sitio.
El jueves por la tarde quedó con su novia y todo empezó a ir mejor.
La novia le sugirió que fuera al gimnasio al otro día.
Quedaron en ir a Valencia en coche.
El viernes se levantó más calmado. Fue a su médica, pues tenía cita. Su médica le aconsejó que se apuntara a un centro que impulsaba cursos. Se apuntó ese mismo día.
La crisis había pasado. Recuerda que su hermano le aconsejó leer, leer y leer.
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