Decidió escribir un blog. No se daba entera cuenta de lo que significaría hacerlo porque él no entendía nada de todo esto de lo virtual pero se decidió a escribirlo bajo la condición de no poner nada personal en él.
Sólo le serviría para inventar pequeñas historias o para hacer unas reflexiones.
Por entonces ya conocía a esa chica que estudiaba periodismo. Ponía copas en un local al que iba los fines de semana. Y luego se dio cuenta de que esta chica copiaba las historias de su blog.
Pensó: no me extraña, esa chica me dijo un día que había falsificado el abono transportes pero que no le molestaba gastarse dinero en gasolina para su coche. Jugaba a dos y tres bandas. No me gustaba esta chica por eso ni por su hipócrita y continua sonrisa de lado a lado de la boca que le tensaba la cara como un postizo de carnaval.
Esa chica hacía gala de una desvergüenza grande.
Cómo fue a dar con un ejemplar de una revista periférica y cómo vio la entrada número 42 de su blog allí, es otra historia que contará en otra ocasión pero le dolió que la gente copiara y falsificara así con tanto descaro y pensó en hacer algo.
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