Si uno consigue un orden en su vida, esa vida va a pasar más felizmente. Porque a la vida hay que domarla un poco como a una yegua informe y salvaje. Vale que la vida pase, en algunos momentos de la misma, como algo que nos sobrevuele, que nos mande el paso que hay que llevar pero pasado un tiempo, hay que procurar que seamos nosotros los que le digamos a la vida: de cuatro a cinco, voy a hacer esto y de once a doce, voy a estar de fiesta. Los que viven la vida loca sin horarios de ninguna clase acaban por verse vacíos al ver pasar las horas como huracanes con prisa. He estado leyendo un poco la vida de los cínicos, que fueron unos reformistas de los platónicos y que eran todos mendigos que se mofaban de las convenciones de la sociedad de aquel entonces. El más claro representante era Diógenes. Los cínicos se pasaron su vida haciendo una performance continua de sátira contra la sociedad en que vivían. También excitaban la piedad de los ciudadanos para conseguir limosna y haciendo esta serie de cosas construyeron una filosofía de crítica a lo que estaba instaurado y era indiscutible por todo Atenas. Hasta ellos siguieron un orden en el desenmascaramiento de esa sociedad contra la que iban. Eran unos pequeños revolucionarios pero que tenían bien clara su doctrina. Algo quedó de ellos: unas anécdotas y una teoría. Porque actuaron con el orden de saber qué querían. Y supongo que tendrían un horario según fueran las horas de calor o de la noche y el día. La vida sin orden es confusa, alarmante y nos pilla a contrapié siempre. Es mejor embridar las horas un poco hasta que llegue la hora de la fiesta que para mí ya es un café en una cafetería y unos cigarrillos a la puerta de la misma.
De día, las horas para hacer algo. De noche, el sueño.
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