Los acontecimientos quedan detrás por otros que vendrán. El viernes fui al pueblo y vi las gentes que lo habitan. El pueblo está muy muerto, muy apagado. Siempre que voy allí, entablo las mismas conversaciones: cómo es vivir en Majadahonda, mi exnovia, mis padres, anécdotas de la mili del que me habla, etc. Pero he respirado una paz que no se respira donde vivo, siempre lleno de coches y ruidos. Luego fuimos a Villalba. Estuvimos en la biblioteca. Hay un montón de novelas. Al salir de ella, nos estuvimos un rato sentados mi hermano y yo en un banco contemplando una plaza. No hay plazas de esas en Majadahonda donde pueda descansar la vista a lo largo. Lo notamos enseguida, la diferencia entre una Gran Vía larga de nuestra ciudad y la existencia de esa plaza ancha donde tender los ojos. Luego, las aceras son anchas y sin obstáculos como aquí, donde vivo, donde se confunden los caminos de los coches y de los peatones. Nos sentamos en una terraza, de esas que están en aceras anchas y leímos los periódicos. Descansamos del ajetreo de gente y de coches por una tarde y nos sentimos dichosos. En Majadahonda, quitando la Gran Vía, todo son incomodidades y falta de descanso para el viandante.
Después de cenar, nos vinimos a casa. Nos acostamos pronto, pues la película no era de nuestro gusto. Yo ya la había visto.
Hay que buscar el descanso del alma después de haber trabajado. La novedad de un lugar ameno y descansado es ideal para el descanso de días de estar pendiente de vivir sin tregua.
En el viaje está la incomodidad pero también el descanso.
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