Como estoy en plan de contar anécdotas o chascarrillos (esto suena peor, pero bueno) de mi pueblo, voy a seguir en la brecha y contaré que un verano, vimos cómo unos jóvenes sacaban de sus coches unos cuantos amplificadores de sonido y los metían en el hostal contiguo a mi casa. Mi hermano Paco no pudo dormir en toda la noche. Por el día mi hermano maldecía a la hostelera y a los huéspedes de forma continua. Y deseaba hacer algo al respecto, como llamar a la guardia civil, a la que nunca llamó. Habló con un vecino que también tiene la casa al lado del hostal y se consoló un poco. La verdad es que esos tipos, por las voces que pegaban, es que tenían que estar drogados. Todo transcurrió feamente después de esa noche y mi hermano se cogió una obsesión que le duró dos años.
Menos mal que ya no vamos al pueblo obligados.
Ni vamos en fin de semana.
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