Estoy esperando a que pase el calor de este septiembre atípico y me ponga a escribir alguna novela que ya está en mi cabeza rondándome.
Mientras, escribo estas pequeñas reflexiones ejercitándome en el teclado de este nuevo ordenador que me he comprado.
El pueblo ha sido una experiencia muy relajante, con horas y horas de no hacer nada o de leer novelas o de estar, simplemente, charlando con los vecinos de allí. El caso es que cuando llegué a Majadahonda, me sentí solo, sin tanta gente con la que charlar espontáneamente como lo hacía en mi pueblo. Aquí los conocimientos se reducen enormemente entre la gente. Solo me limito al saludo y poco más.
Celebré con los nacidos el mismo día que yo (mis quintos) un día de alegría y risas y bailes y canciones a la gaita y al tamboril. Estuvo bien pues así pude hablar y compartir sensaciones con gente que tiene más o menos mis mismos problemas, mis mismos sentimientos sobre la vida y mi mismo buen humor o mal humor.
Pasamos el día bailando jotas por los bares, degustando una paella y contando chistes en el caño nuevo, lugar donde tenían escenario mis correrías infantiles.
Y ahora, este maldito calor que pondrá la sequía española aún más seca y esquiva a la vida y a la humedad de la lluvia.
Ojalá vengan pronto las lluvias
Un mes lloviendo sin parar cuánto lo agradecería yo.
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