El tremendo sol de julio ya invade la casa muy temprano. El verano va avanzando con su laxitud propia de los días de vacaciones. La gente pasa indolente por la calle. Todo parece de chicle: los días, la moral, el concepto de nuestro propio ser. Yo trato de escribir algo que merezca la pena. Recuerdo calles de Toledo que ahora estarán ardientes como fogatas. Pienso en un personaje que suda y que busca algo imposible, una quimera. Pienso en un refresco en una terraza de Madrid. Pienso en todas esas vidas que se cruzan a diario. Pienso en "La colmena" de Camilo José Cela. La vida no me concede el don de la narración ebria de gramática aguda pero yo insisto a ver si escribo unas líneas que llamen la atención del lector ávido de cosas literarias novedosas. Sufro el spleen de los aristócratas ingleses del siglo XIX. Me angustio porque no tengo lo que deseo. Decía Shopenhauer que la vida del ser humano oscila entre el sufrimiento y el aburrimiento. Shopenhauer era un papanatas. Yo solo deseo decir cosas bien dichas, resonantes e interesantes, dentro de la ficción pero no me sale, no me sale.
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