Nada ocurre sin su consecuencia. Si llueve, nos mojamos. Si hace calor, sudamos. Si nos imponen algo por la fuerza, sentimos miedo. Si nos mienten, dudamos de esa persona mentirosa. Y así, con la duda, con el miedo al imponente que no pide perdón por el avasallamiento del que hemos sido objeto vamos avanzando pero mal. No queremos hablar delante del imponente por si nos impone un nuevo dolor. No queremos hablar abiertamente con el mentiroso porque no queremos que nos mienta otra vez.
No hacemos preguntas, no hablamos de nosotros mismos porque ya le hemos cogido miedo a la mentira desvergonzada o a la imposición que no conoce la palabra perdón.
Sabemos que todos son unos bestias que no saben lo que hacen pero sí sabemos que pueden hacernos mucho daño.
Daño del que ellos se ríen a sus anchas en sus cínicas casas de bestias que dicen saberlo todo. Y los que mienten no creen nunca que los demás les van a tratar con duda y rencor. Pero sí: serán tratados con las sombra de la duda ya para siempre jamás porque son unos bestias, no personas humanas de las que poder fiarse.
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