Me levanto tarde por la mañana y está el cielo gris como la ceniza. No me gusta este cielo. Yo pensaba marcharme de la ciudad por el calor, por el sol, para buscar el norte fresco. Me he dado cuenta de que mi exnovia me ha estado minando la moral durante mucho tiempo. Ahora, como consecuencia, no me gustan las mujeres, la ligazón que hay en las mujeres que hace que los hombres se unan a ellas, nos unamos a ellas. Muchas mujeres esperan la ocasión de unirse a un hombre para urdir la tela, para convertir al que está a su lado, para volverse egoísta como nadie, para no dejar ya de mandar en el otro, para volverle del revés como a un calcetín: no hagas esto, no hagas lo otro, no vayas con esos, vamos a tal sitio, no fumes... etc. etc. etc. Qué asco. qué opresión. Qué dictadura.
Pasará el tiempo y yo seguiré teniendo el ejemplo de mi exnovia en la oreja para recordarme cómo son algunas mujeres a las que mejor ni hablar, no vayan a engatusarte. Mandonas, enredosas, liantes. Las hay a miles.
Líbranos, señor, de mujer mala. Es la peste más grande que se puede contraer.
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