lunes, 23 de diciembre de 2024

 Una mujer muy de armas tomar se puso a guisar unos cojones de toro bravo. Si no hubiera en el mundo toros bravos, la primera oración que he escrito no tendría sentido. Pero bueno: sigamos. Un cojón salió sabroso y bueno pero el otro cojón salió quemado y de feo aspecto. Como estaba por llegar su marido, hizo una bola de lana y la puso en su plato (del marido). Ella comió de lo que guisó y al marido le dijo que el cojón estaba como la estopa. El marido masticó como pudo la bola de lana y se la comió, cosa que dejó estupefacta a su mujer. Pensó la mujer que su marido estaría un mes sin cagar pero no obstaculizó al marido la ingesta del supuesto cojón de toro bravo. El marido se dispuso a echar la siesta y le entró tal mal en el estómago que hubo de llevarlo al hospital. En el hospital, todo el mundo se extrañó de tener un paciente que comía lana. Pero su mujer no se extrañó, pues conocía a su marido.

Es increíble lo que hace la gente anormal. Es increíble lo que hace la gente normal.

 Había una cosa en el mundo que se llamaba democracia. Parece ser que a la mayoría de la población le gustaba esto de la democracia menos a los antidemocráticos. Había otra cosa en el mundo que se llamaba extrema derecha y claro, había los anti extrema derecha. Había otra cosa en el mundo que se llamaba extrema izquierda y claro, había también los anti extrema izquierda. Y todo este conjunto de extremismos chocaban entre sí y decían unos de otros que eran muy malos. Y uno, al mirar el panorama político, se echaba las manos a la cabeza y decía: qué sindiós, esto no hay quién lo entienda. Y luego, hacía una tortillita de patatas de quince huevos, se la comían entre unos cuantos y mandaban la política a la puta mierda.

Tú come y luego, opinas; que, opinar con el estómago vacío, fijo que conduce al error.

 Paracelso, un científico bastante olvidado pero muy sabio, decía que el egoísmo era Satán. El egoísmo trae muchos problemas a la gente porque no la deja ser humilde, acercarse al otro, ser comprendida. La gente sin apenas estudios es muy radical, muy cabestra en su conducta. La gente común que yo veo por la calle engendra mucho egoísmo por eso, porque está sin formar. Muchos jóvenes emigraron de las aulas por un salario en la construcción, que tan boyante iba, pero cuando vino la crisis, esas personas se quedaron sin dinero y sin una mínima formación. Es una pena ir detrás de un dinero y dejarte en el alero tu futuro; o sea, tu formación no solo académica sino como persona. Y eso es lo que hay: mucho egoísmo entre personas cerriles. Creo que esto seguirá habiéndolo en España y durará mucho tiempo.

Querer soplar y sorber al mismo tiempo no lleva más que a la más pura extrañeza de quien observa este espectáculo.

 En una novela que se llama "El amor en los tiempos del cólera", hay un loro que se escapa dentro de la casa y se pone en una lámpara. El dueño de la casa se sube a una escalera para cogerlo y termina cayéndose y se rompe la nuca contra el suelo. Desde ese momento, yo no he subido más a una escalera excepto las del metro y las del autobús. La vida, aparentemente va normal, pero algunas veces causa chistes en los demás a cuesta de nuestras desgracias. Lo que hay que hacer es no intentar forzar la máquina ni pecar de egoístas porque el egoísmo extremo es de chiste. La vida va normal, ya digo, pero algunos comportamientos extraños e incomprensibles son causa de regocijo en las gentes por eso, porque son incomprensibles.

Mira, por hay va el rico en chancletas y jersey roto.

Déjale, más rico será.

Ya están completamente desnudos de hojas los álamos. Suenan los carricoches de la basura que se tragan esas hojas caídas o limpian las zonas de recogida de desechos. Hasta ahora solo me he repetido en eso de las hojas. Seguiré con un relato breve que cuente nada. De eso va la literatura. Las novelas que leemos sirven para pasar el rato y aprender en último término algo sobre los comportamientos de las personas y cómo solucionan esas personas (los protagonistas y secundarios) esas conductas erróneas. En eso, las novelas, tienen mucho de psicológicas. Y podemos aprender. Sobre todo, cuando el protagonista se va a la ruina personal por su forma de conducirse. Y ya no escribo más. Sé feliz pues la navidad es para eso, para que estés contento y te comas un trozo de turrón y lleves a tus niños a montar en carricoches.

Las historias que se leen no son las que se viven en la vida real pero se les parece mucho.

 De día, aunque no queramos, vamos anticipando la noche. Y esto se debe a que somos animales que debemos descansar. Pero, si en la noche no hay descanso y sí consumición de sustancias alucinógenas y fiesta y alcohol y sexo salvaje, la noche es una trampa para ese animal que debe descansar. Y si se repiten esas noches una detrás de otra durante un periodo de tiempo superior a medio mes, entonces ya podemos preparar el entierro de ese fiestero, de ese crápula que vive la noche sin control alguno y sin reposo. Qué bien escribo. Qué párrafo más bonito me ha salido con una única idea en la cabeza. Yo soy un gran escritor, que a nadie le quepa duda. Yo tengo escrito un libro, "El profesor enfermo", que es a la vez breve y la vez bueno. Leedlo y luego me dejáis en comentarios lo que pensáis de ese libro. La vida pasa, pasa la navidad, pasa agosto y septiembre y pasa el higo y se vuelve pasa. Sé feliz, no cuesta tanto, Dios y tus amores te quieren feliz.

La gente hace muchos excesos, pero lo típico del ser humano es el equilibrio.

 Me pasa todos los sábados por la noche. A eso de las diez, me siento triste. Paseo por la casa, como alguna golosina que he comprado a lo largo de la semana, veo un poco la tele, me siento a leer alguna novela y no me concentro en nada por mucho tiempo. Vuelvo a pasear por la casa, miro por todas las ventanas a ver si veo algún vecino que también le pase como a mí o me pongo el abrigo y salgo a la terraza a ver si localizo con la vista algún viandante que me consuele un poco de esta tristeza que se me mete al fondo del corazón. Algunas veces, sí que veo a alguien con prisa por la calle, como si fuera a una fiesta (eso quiero pensar). Entonces yo recuerdo a la última fiesta que fui a casa de un amigo y empiezo a recordar todo lo que hice en esa fiesta y mi corazón se apacigua un poco, se siente un pelín más fuerte. Cuando dan las once, me acuesto y listo. Al otro día por la mañana me pongo frente al espejo desnuda, me miro mis enormes tetas y me siento muchísimo mejor.

El corazón hundido en el pecho tiene la peculiaridad de que puede salir de ese hundimiento en cuanto te aprecies un poco.